José Manuel Del Río
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enero 29, 2018 pornovacaliweb@gmail.com

ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL DEL RÍO, AUTOR DE CRÓNICAS DE UN ANTISISTEMA

ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL DEL RÍO, AUTOR DE CRÓNICAS DE UN ANTISISTEMA
enero 29, 2018 pornovacaliweb@gmail.com

Entrevista a José Manuel del Río por Robert de Llúria (para una web que el chico tenía por algún lado y otros fanzines impresos)  con motivo de su novela Crónicas de un antisistema, y que acaba hablando de casi todo menos de literatura.

Primera novela escrita y primera publicación, ¿esto demuestra que todavía es posible que editen a un autor novel?

Yo soy la viva prueba. El otro día me preguntaba un compañero qué porcentaje le daría a la suerte y qué otro porcentaje le daría a los contactos en los éxitos profesionales. Le explicaba que son dos guarismos que deberían unificarse. En mi caso tras enviar el texto a varias editoriales y agentes literarios, algunos de los que dicen ser importantes, supe que se podía publicar, aunque el precio parecía demasiado alto. Sorprende cómo las grandes firmas quieren controlar hasta el último punto, literalmente, de una obra. Y soy de los que siempre está dispuesto a aprender… pero esto superaba el maniqueísmo, y justo en una novela como Crónicas de un Antisistema no contemplé transigir con aspectos que al final incluso se han revelado positivos en la crítica lectora. Escribí un cuento de terror muy onírico hace casi tres años para un concurso y lo publicaron, escribí una novela muy realista hace escasamente uno y la publicaron. Así que, como le dije a mi compañero, soy un afortunado, porque nunca había redactado nada fuera del ámbito científico o profesional del Derecho.

¿Cómo surge la idea de escribir Crónicas de un antisistema?

Te seré muy sincero: al principio no quería escribir esta obra. Tenía en mente desarrollar mi novela sobre uno de los personajes que aparece muy secundariamente en Crónicas de un antisistema. Pero el contexto donde comencé a teclear era el de la protesta en la calle ante esta crisis descomunal de valores institucionales y no institucionales, y donde en un pequeño instante capté que por parte de las masas había algo de sintonía con los radicales. Palabra que siento propia, porque yo también intento abordar la raíz de los problemas en cada paso que doy.  Mi praxis laboral como abogado tenía los mismos signos belicosos en los juzgados, donde siempre he ejercido, entre tantas otras, defensas penales de los típicos delitos de manifestación, y todo cuadró para poder hacer un libro en el que no tenía el trabajo de documentarme y en el que podía explicar muchas ficciones reales al lector medio. Que es ese sujeto tan alejado de la realidad de las calles de Barcelona. Así la obra se gestó rápida y se publicó todavía más rápida. Había que aprovechar el momento para aportar nuestro grano de arena, aunque fuese a través de una novela, y en una temática que no he visto desarrollada de tal forma. Quizás la haya, pero yo no la encontré.

En la obra se intuye que la figura de JM, el letrado que sale en tu obra, tiene un componente autobiográfico, pero ¿cuánto hay del joven Albert, el protagonista, en José Manuel del Río?

Permíteme que te aclare que no hay demasiado componente autobiográfico en el letrado que constituye, en mi opinión, uno de los mejores personajes del libro. Hice un pequeño y ególatra cameo literario con lo del nombre de JM, porque mucha gente también me conoce así, pero no hay tantas similitudes como pueda parecer. Al menos yo no las veo. Evidentemente, su labor es idéntica a la mía, aunque es un individuo pasado de cinismo, lo cual es mejor para el texto. Del joven Albert hay todavía menos. La música que escucha es la misma que escuchaba yo, y que incluso sigo escuchando cuando la necesito. el resto no tiene mucho que ver con mi juventud. La mía hasta fue más complicada. No poseía el componente ideológico tan marcado que el protagonista dice buscar en sus acciones y nunca sentí que no encajase en la sociedad como inicialmente le sucede a él. Pero en esas edades también quería construir un mundo diferente al de la generación que me educaba y, en una ciudad más pequeña y con problemáticas sociales distintas a las de Barcelona, me fui por otros derroteros en gran parte del camino.

Hoy en día, un amplio sector de la sociedad parece tener clarísimo que en el mundo unos pocos se aprovechan de la gran mayoría. En otras palabras, en cada uno de nosotros hay un antisistema. Sin embargo, ¿por qué nadie pasa a la acción como El Mago [personaje de la novela] y los suyos?

Para mí describes una visión utópica, y soy de los que te van a decir que tenemos derecho a la utopía, pero desde una base realista. No creo que la mayoría de la sociedad albergue ideas contra el sistema. Creo que la mayoría de la sociedad daría sus dos brazos por pertenecer al eslabón superior de la cadena trófica humana. Ser de esos pocos «aprovechados» como tú has dicho gráficamente. Han sido programados desde que nacen para ello. Por otra parte y habiendo un movimiento de conciencia cada vez mayor sobre la sinrazón social que padecemos, creo que los que ya visualizan que nadie es libre mientras haya un solo esclavo no se ven en las dinámicas del personaje al que aludes. Estar en el objetivo policial es duro, ser señalado por las agencias de control es más duro, y que te priven de libertad ya es terrible. Si la «acción» a la que te refieres es eso, no les culpo. Es más, pienso que esa mayoría de personas es útil en otros frentes.

Si los que luchan en las calles lo hacen por justicia –lo que desea esa gran mayoría–, ¿por qué personajes de tu libro como Albert, Carlitos o Laia reciben un estigma social tan negativo? ¿Quién se lo impone?

Te pondría la misma objeción inicial que en la anterior pregunta y luego analizaría esa mácula de la que hablas. Hay mucha gente que lucha en las calles por ideas altruistas y que llevan una existencia acorde a ese discurso, pero no me atrevería a decir que se erigen en mayoría. Te evoco al icono que fue El Cojo Manteca y su «solo quiero destrozar mobiliario urbano». Ese arquetipo también existe, y tal vez son necesarios, pero no les pidas que reorganicen nuestra sociedad tras derrotar al odiado capital. Has mentado a tres personajes que, si lees el subtexto, pueden albergar motivaciones muy diferentes. En ese sentido la obra ha sido sometida a varias interpretaciones y se me ha dicho, con razón, que yo tampoco idealizo su lucha. En cuanto al estigma negativo, es muy fácil, las agencias gubernamentales como instrumento de las élites económicas siguen teniendo la facultad de etiquetar a las personas, de ahí que el prólogo se base en los razonamientos que me hacen desdeñar la palabraantisistema en clave semántica –por mucho que la adore en clave etimológica—. Se ha reiterado infinidad de veces: nos venden el miedo para que compremos su seguridad. Y les funciona, les lleva funcionando desde los albores de la civilización. Y te prometo que ahí sí que me quedo sin respuestas. ¿Cómo alguien puede creerse las palabras de este funesto Ministro de Interior cada vez que se refiere a esos desconocidos antisistema?, ¿cómo son capaces los gerifaltes de este gobierno de mentar torticeramente a ETA o a Venezuela y lograr desprestigiar las iniciativas con aspiraciones políticas que han salido de las calles y universidades? Además, me deja atónito que lo hagan bajo unas siglas que han estado operando de facto como una asociación criminal: la corrupción conlleva prevaricaciones, falsificaciones documentales, malversaciones y otro sinfín de delitos de carácter técnico. No es que haya visto pocos políticos con grandes ineptitudes, pero Rajoy es el ejemplo elevado a la enésima potencia y temo que lo vamos a seguir padeciendo otros tantos años. Aunque tampoco me gusta la dinámica electoral actual, parece que ponen siempre el palo con la zanahoria para que corramos sin éxito como los conejos que nos consideran. Tras ver la laxitud de las viejas soberanías nacionales, tras ver como un puñado de individuos dominan el destino de todos bajo instituciones que nadie ha legitimado , solo le puedo pedir a cualquiera de nuestros supuestos representantes que sea remotamente parecido al junzi de Confucio. Una persona recta que obre por el bien común dentro de sus capacidades, porque eso se reflejará en cierta medida en la gente de a pie. Unos cuantos cargos salidos de las candidaturas ciudadanas creo que van por ese camino, y ya me conformo con tan poco en la función política. Verás como las personas en las que pienso nunca citarán la palabra antisistema. Porque este no debe ser tampoco su sistema.

¿Cómo explicas el oxímoron «la justicia es injusta»?

En esta sociedad se confunde ridículamente justicia con legalidad. La justicia está en un plano muy superior, es la concepción que se alberga sobre las normas jurídicas existentes o sobre las que deberían existir. La legalidad son solo esas normas jurídicas desprovistas de valoración. Punto. Obviamente, si se gobierna mediante leyes mordaza y similares, cualquier asociación con justicia es un oxímoron. Hace unos años desde la Universitat de Barcelona (UB) tratamos de potenciar una disciplina de estudio llamada zemiology. Consistía en superar la concepción tradicional del delito y valorar las acciones que producían el ingente daño social. Curiosamente la grandísima mayoría estaba dentro de  la legalidad: rescates financieros a los bancos a costa de recortes en sanidad y educación que por supuesto se traducen en muerte y falta de cualificación, devastación del empleo tanto juvenil como adulto, subidas impositivas a la clases trabajadoras mientras amnistiábamos a las grandes fortunas, o la legión de desahuciados que acumulamos por parte de esos mismos bancos rescatados te muestran que este mundo está absolutamente loco. Por no hablar los inmigrantes muertos que apilamos en el Mediterráneo tras siglos de colonización de sus países. ¿Nadie dice que esa inmigración es movilidad exterior en la economía de la competitividad? La misma que fomentan las agencias de calificación ofreciendo nuestra prima de riesgo diariamente como si fuese un dato meteorológico. En definitiva y para no seguir ejemplificándolo hasta el infinito, el día en que podamos juzgar las leyes de los mercados, a esa lex mercatoria que emana de los vericuetos corporativos que han montado el 1% que detenta la riqueza del 99%, ese día podremos hablar de justicia. Y no será un eufemismo.

Entonces, ¿cuál sería la definición final de justicia para José Manuel del Río?

Teniendo en cuenta la respuesta anterior, partiría de un axioma muy sencillo para una pregunta tan compleja: que los recursos de este planeta se distribuyan de forma equitativa entre los más de siete mil millones de seres humanos que lo habitan, sin importar sexo, raza, nacionalidad y mucho menos apellido. A partir de ahí puedes concretar infinidad de patrones.

En un contexto cruento, tu novela se recrea en la venganza a través de diferentes situaciones. Como abogado y activista, ¿crees también que la venganza puede ser igual a justicia?

Espero que por activista te refieras a una persona activa, me chirría ese término, pero también lo hace a veces el de abogado. La venganza en la novela es un componente tangencial, que va surgiendo a lo largo de las páginas como en cualquier historia de violencia, y Crónicas de un antisistema es ante todo una historia de violencia. La reseña literaria más acertada que leí sobre la obra la definía como «un thriller de ecos sociales», así que nadie espere encontrar en ella respuestas semejantes a las que te estoy dando aquí. Un pilar fundamental de la legalidad, la cárcel, es tan solo la venganza institucionalizada. Y para mí no hay nada más alejado de la justicia que la idea de venganza en el sentido que esbozas. Otra cosa sería el desagravio, la reparación, la mediación… pero parece que eso todavía no es tan importante en el 2015.

Ya que has sacado la cuestión de la cárcel, en ese subtexto de tu libro del que hablas, hay una crítica a las instituciones penitenciarias que empieza por la policía, y después en menor medida por los jueces. De hecho, al final de alguna forma nos haces responsables a todos. ¿Es tan desolador el panorama que contemplas en tu labor profesional?

El Derecho Penal tiene como primer filtro a los agentes policiales. Sin los de azul no funcionaría el resto de instituciones que nombras. Y en el Estado Español, y en Catalunya especialmente, tenemos un grave problema de mala praxis policial. ¿Qué se ha ideado para cambiarlo? La reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana del Partido Popular, la conocida Ley Mordaza que prohíbe bajo multas astronómicas, por ejemplo, grabar actuaciones de policías. Así de desolador es el panorama. Lamentablemente, imitamos los modelos franceses y no los ingleses, cuando allá por el siglo XVIII se comenzó a gestar la administración policial como apéndice fundamental de los estados-nación modernos. Súmale que aquí venimos de un periodo dictatorial que se consolidó gracias a los antecesores de estos policías. El resultado es que tenemos un auténtico ejército de ocupación en nuestras calles. Me pregunto si realmente nadie se planteó que el guardián iba a acabar definiendo sus propias leyes o si todos aceptaron que esa idea conllevaba grandes beneficios: el que ejecuta se escuda en la obediencia debida y el que legisla se escuda en que está fuera del acto físico. A mis 33 años creo que siempre que he visto un coche policial he sentido inseguridad, y eso es muy difícil de asumir cuando yo también puedo adverar que hay buenos profesionales en el sector. De la misma forma que la presencia de antidisturbios genera por si misma disturbios en las manifestaciones, no creo que haya que explicar por qué. Y mira, sin querer ya tenemos otro gran oxímoron. Por supuesto que la sociedad fracasaría sin un encargado de las funciones de protección, no soy ningún necio para decir lo contrario, pero merecemos una policía que no opere desde la presunción de culpabilidad y que no tenga atribuida la certeza a su palabra. Los atestados y los hechos demasiadas veces no tienen nada en común.  Y pienso que los primeros interesados en esa regeneración son los funcionarios que sí están haciendo su labor como servicio al ciudadano, a todos y cada uno de los ciudadanos que los sustentan, pero es un ente saturado de corporativismo. Amadeu Recasens formó parte de mi tribunal de tesis, se le ha ofrecido ser el Comisionado de Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona. Si de ahí no sacamos nada positivo, nunca lo sacaremos.

Respecto a los jueces y sin extenderme como me gustaría, el problema radica en que están lejos de las calles que juzgan, y eso consecuentemente implica cierta ignorancia de las prácticas policiales que son perniciosas. Su carrera opositora premia un estilo de vida que no suele coincidir con el perfil de alguien que tiene que decidir qué es justo para los que, mayoritariamente, no han tenido ninguna de sus oportunidades. Sus experiencias vitales en los juzgados llegan hiperfiltradas, tal y como les sucede a los políticos, con el mejor ejemplo en aquel café al que Zapatero no sabía ni ponerle precio. También se enfrentan a la despersonalización por falta de medios y alternativas al proceso. Un magistrado, que tiene ocho pleitos cada mañana en los que va a decidir la vida de ocho personas, acaba por verlos como un número de expediente. Y ese mal también se extiende a los abogados. Es un gremio que, dejando a un lado la idiosincrasia particular del ámbito penal, proyecta valores que dudo que contribuyan al avance social. Se gratifica al visionario, al que saca el último documento en el último segundo para conseguir un resultado económico siempre en perjuicio de alguien, pero acorde a la ley, que ya sabemos que no es justicia. Acostumbro a decir que tuve que ser médico o científico, su labor es intrínsecamente positiva, salvo que estén sometidos al interés financiero de determinados lobbies, y aún así podríamos llegar a defender que sigue siendo positiva. Pero me gusta hacer juicios penales. Es vocacional.

Muchas situaciones que estás citando en esta entrevista o que también describes detalladamente en el libro generan odio.  Después de leer Crónicas de un antisistema,uno se pregunta si podría llegar a ser el odio un camino hacia la paz.

El odio te estimula cuando aparece, no cabe duda, pero es el embrión de un monstruo. Cualquier persona que odie más allá de ese impulso inicial estará condenada al fracaso o a llevarnos a todos hacia el fracaso. Puede ser un engranaje, nunca la máquina.

Cuando ya han pasado más de tres meses desde la publicación de la obra, ¿cómo estás percibiendo su acogida por los lectores?

A nivel comercial le tendrías que preguntar a  Ediciones Hades. Desgraciadamente aquí lo comercial va de mano de lo divulgativo, y creo que, sobre todo, ambos queríamos que el libro fuese leído. Por eso puso un precio simbólico en formato electrónico y otro acorde al gasto en la edición en papel. Es muy pronto para hacer un análisis a ese nivel, intuyo un resultado positivo, pero tampoco me corresponde a mí valorarlo. En cuanto a todo lo que no son números, estoy contento, la acogida ha sido buena y la mejor crítica la más reiterada, aquella que dice «me has hecho pensar sobre esto o lo otro mientras pasaba un rato muy entretenido». De ahí lo de «thriller de ecos sociales», es una novela de acción, casi negra si se quiere, pero percibo que el lector al final cuestiona realidades que creía imperturbables.

¿Podemos esperar nuevas novelas firmadas por José Manuel del Río?

El único fracaso es dejar de escribir. Y yo puedo seguir caminos o temáticas en las que es difícil ganar, pero en las que no es posible ser un fracasado, así que hay una nueva novela en ciernes. Versa sobre una cuestión aterradora e irreflexiva: la suerte y su número infinito de expresiones. Me he basado en mi experiencia vital durante el tiempo que residí en el paso fronterizo de San Diego y Tijuana, que divide dos mundos tan opuestos como Estados Unidos y México. A un lado el soberano, al otro lado la bestia. Supuestamente. Espero que esté en negro sobre blanco en menos de un año.

Para finalizar, ¿qué dirías que tiene tu libro que puede suscitar el interés en las personas que todavía no lo conocen?

Podríamos usar la psicología inversa. Si están buscando una novela con personajes buenos y malos, que les lleve a mundos maravillosos y oníricos, donde todo encaja sin que sobre ninguna pieza del puzle, y cierren el libro y puedan pensar inmediatamente en si cenarán carne o pescado… esta no es su novela. Mi obra es una ficción realista —tan realista que instrumentaliza hechos y personas de nuestra historia más reciente, ya sea pública o anónima—, cruda, de ritmo narrativo rápido y por la que pululan personajes con pliegues que pueden cruzar esa difusa línea entre justicia y locura. Como dije el otro día en una radio, para ello no hay mejor escenario en la actualidad que Barcelona, una ciudad que curiosamente muchos parecían desconocer hasta que la recorrieron de la mano del protagonista, Albert.

José Manuel del Río, o JM como te dicen por ahí, un verdadero placer entrevistarte.

Ya sabéis donde estoy para vosotros. Mucha suerte en el proyecto

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