Me ha encantado. Y ahora ya se pueden quedar conmigo los interesados. El cantante de góspel fue la opera prima de Harry Crews en 1968 y una de sus escasas obras traducidas al español. Sin duda, me haré con todas. Además sentía que, aparte de escaso, todo lo que yo reseñaba era más o menos conocido por el gran público. Las cursivas pueden ser despectivas.
Lo primero a destacar: Kiko Amat vuelve a ser prologuista de muy buena literatura. Es más, admito sin rubor que él me anotó este autor en una charla sobre el relato en primera persona que tanto parece obsesionarle. Lo que no sospechaba es que, taimadamente, lo iba a encontrar dándome la bienvenida al universo de Crews en la cuidada impresión de Acuarela ―magnífica portada y el lomo del libro se me ha despegado a ¾ de novela―. Entonces recordé que La soledad del corredor de fondo fue el primer ebook que descargué en mi vida. Hace unos meses adquirí la edición en papel, como es costumbre con los títulos que quiero ver en mi estantería, y en el buscador digital de cierta web la primera edición que aparecía también tenía a Kiko Amat de prologuista. También cuando me hice con la renovada El día del Watusi de Anagrama, me saludó el Sr. Amat loando a Casavella antes de las mil páginas de la trilogía. Convengamos que es de hocico fino, y de paso se puede recomendar su mejor obra de largo, Cosas que hacen BUM. Pero si le estoy dando tanto boato a su prólogo es porque es un prólogo cabrón. Algo nuevo para mí. Es un epílogo en la página inicial. Advierte de soslayo que lo leamos al final de las 318 siguientes, sin embargo, creo que es consciente de que la mayoría no estamos para jueguecitos y entonces vienen los problemas. Para mi fortuna cerré el libro cuando vi que el tipo estaba dispuesto a marcarse todos y cada uno de los spoilers posibles que encierra el texto. Y luego, ya terminado el góspel, comprobé que lo hace sin metáfora alguna. Él avisa y yo aviso. NO SE LEAN EL PRÓLOGO QUE NO ES TAL HASTA QUE TERMINEN LA NOVELA.
La sinopsis sin traiciones sería: El Cantante de Góspel ―escrito tal cual durante toda la obra― es un mirlo blanco que ha volado de la inmundicia de un pueblo de Georgia, Estados Unidos muy sureño, llamado Enigma. El don real es su voz y el falso su capacidad para sanar a los tullidos y retrasados que atiborran la aldea. Vuelve allí porque un negro, al que ya le han programado el linchamiento, viola y mata a su antigua novia. Y, como cada vez que regresa, todos quieren algo de él. Pero cuando digo «todos» es literal. No solo su paleta familia y su ladino representante, sino la eventual turba de seiscientas personas que odia vivir en Enigma. Sin olvidar que allá donde va lo persigue un freak show dirigido por un enano con el pie más grande del mundo. Las piezas y el damero no son los habituales. Eso ya es sugestivo.
A partir de aquí: la prosa de Harry Crews es sencilla, no la considero «hermosa» como estima Kiko Amat, aunque cumple solvente en forma de narrador en tercera que tan bien disecciona los cerebros tullidos de cada uno de los personajes. Los diálogos rayan a gran nivel. Y eso le da el ritmo justo y necesario. Una cuarta marcha desde inicio que acaba subiendo a quinta y sexta para romper la caja de cambios en el final. ¿Qué género es? No lo sé. Alguien le llamó gótico sureño y tendría mucho que explicarnos. ¿Los personajes de Faulkner en un guion de Tarantino? Me valdría. Los entendidos dicen que Harry Crews es un género en sí mismo y no me sorprendería atendiendo a su opera prima, que suele ser timorata y convencional. Aspirar a contar una historia que aconsejaría aquél, porque hacerlo bien ya es un gran éxito para el primerizo. Aquí la historia se presenta en un continente convencional que queda devastado por el contenido extravagante y delicioso, un adjetivo que solo en esta ocasión debería estar permitido. Porque la realidad es que las imágenes que evoca la prosa tienen un componente onírico casi del buen y escaso Tim Burton―¿Big fish?―, mientras que el arco interior narrativo de los protagonistas es más inmundo que el propio Enigma. No se van a reír con este libro, no van a sufrir con este libro. Simplemente lo van a devorar en el mayor ritmo de lectura analítica que sean capaces ―la mía es lenta y ha durado una semana― y los va a dejar en la lona. Pensando de dónde vinieron los golpes.
Hay una fascinación por el autor, que yo ahora comparto iniciáticamente con todas mis reservas sobre los productos literarios. Siempre me alejo de esos escritores, finos y habilidosos seguro, con la experiencia vital de la profundidad de un charco de agua. Son muchos. Son legión. Escriben bien sobre lo mismo que han leído años antes en su sofá, y venden tantos ejemplares que ellos y sus equipos de documentación atestan las librerías del Opencor por si te quieres llevar un excelso ladrillo mientras repostas gasolina. Sin embargo, no son auténticos. Harry Crews fue un ex marine al que le rompieron seis veces la nariz y que admitió haber perdido una sola pelea justa con un indio de una pierna en Montana después de un tiempo prudencial en la cárcel. Algo es algo. Había nacido en un lugar tan roñoso como Enigma treinta y tres años antes de escribir El Cantante de Góspel. Os dejo un par de fotos. Me gusta su tatuaje de «How do you like your blue eyed boy, Mr. Death?»
José Manuel del Río